Skip to main content

El síndrome del impostor es esa vocecita que aparece en tu cabeza, que te dice que no estás a la altura de un proyecto,que no eres lo suficientemente bueno/a, que en realidad eres un fraude o un impostor. La que te dice que quizás se equivocaron al confiar en ti. Que hay otros diseñadores más preparados, más exitosos, con más seguidores, con más «algo». Y que, en cualquier momento, alguien se va a dar cuenta de que no eres tan buena como pareces.

Y en el mundo creativo, esa voz se clava aún más profundamente. Sobre todo porque, muchas veces, nuestra profesión no se valora como otras. Se subestima el proceso y se invisibiliza el esfuerzo. Lo vemos, por ejemplo, en concursos donde nos piden crear una gran cantidad de elementos gráficos por una suma ridícula, como si nuestro trabajo no fuera valorado. Por no hablar de las innumerables ofertas laborales en las que te exigen mil cosas que ni siquiera corresponden a tu área. Cuando lo que haces no se valora desde fuera, es fácil empezar a dudar también desde dentro.

Como diseñadora gráfica, he sentido esa voz muchas veces.

Recuerdo proyectos con clientes que, en vez de hacerme sentir emocionada cuando entraba un nuevo proyecto, me hacían sentir pequeñita. Como si me hubiesen confiado algo que en realidad no sabía hacer. Como si en cualquier momento fueran a descubrir que no era tan profesional como pensaban.

Y eso me hacía dudar. ¿Y si no les gusta? ¿Y si no soy capaz de captar lo que quieren? ¿Y si se arrepienten de haberme contratado? ¿Y si no soy capaz de hacerlo?

Analizaba cada paso. Repetía cada boceto. Me costaba decidirme porque todo me parecía insuficiente. Sin embargo, pese a todos esos miedos, he seguido adelante.

He aceptado proyectos que me daban vértigo. Algunos demasiado grandes, otros demasiado inciertos. He empezado sin tener todas las respuestas. Pero he seguido, paso a paso. Y más de una vez, al terminar, he recibido mensajes que me han emocionado. Clientes agradecidos, contentos, felices con el resultado. Palabras bonitas que me llenaban el corazón y hacían que confiara más en mi misma.

Y ahí, aunque sea por un momento, esa voz desaparece.

Porque te das cuenta de que sí eres capaz. Que no fue suerte. Que lo hiciste tú. Que ese proyecto que parecía tan grande ya forma parte de tu experiencia, y que sabes mucho más que antes.

Y no solo pasa con el diseño. También me ha pasado como emprendedora.

Empezar mi propio camino como diseñadora fue un salto con los ojos cerrados. Tenía ganas, sí, pero también muchísimas dudas. Me preguntaba si sería capaz de mantenerme, si alguien confiaría en mí, si invertir en mi proyecto tenía sentido. Porque el síndrome del impostor no solo te hace dudar de tu trabajo… también te hace dudar de tus decisiones, de tus sueños, de ti.

Pero si algo he aprendido es que nadie empieza sabiendo todo. Nadie empieza sin miedo. Y nadie crece sin equivocarse o sin pasar por momentos de duda.
Lo que sí hace la diferencia es seguir. Con miedo, con todo. Pero seguir.

Así que si tú también estás empezando, si estás dudando, si esa voz no te deja avanzar… déjame decirte algo: no tienes que tenerlo todo resuelto para dar el primer paso. Y no tienes que compararte con nadie para saber que eres suficiente. Porque cada paso, cada proyecto, cada error y cada logro… te están formando. Te están dando esa experiencia qué crees que te falta.

Y si alguien ha confiado en ti, escúchale también. Quizás esa persona vea en ti algo que tú aún no alcanzas a ver.

Si este artículo te resonó y sientes que necesitas apoyo para tus proyectos, recuerda que no tienes que hacerlo todo sola/o. Si buscas a alguien que entienda tus dudas, que trabaje contigo con compromiso y creatividad, estoy aquí para ayudarte.

¿Quieres delegar tu diseño gráfico y avanzar sin esa carga que te detiene? Contáctame aquí y comencemos a crear juntos proyectos que te hagan sentir orgulloso/a.